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LA SIRENITA DE COPENHAGUE.

Vi a un turista sentado en la parte de arriba, a cielo abierto, en un autobús programado que daba la vuelta a Copenhague desde los mercados de las flores hasta lasirenita inocente, mientrasla azafata profecional explicaba por cable cada monumento y cada estatua y cada plaza, con rutina disfrazada en monólogo prefabricado.

El turista iba a mi lado y tenía los auriculares puestos, pero no parecía escuchar: no levantaba la cabeza, no miraba a la derecha cuando nos decían que mirásemos a la derecha, ni a la izquierda cuando nos mandaban mirar a la izquierda.


Estaba sencilla mente leyendo una novela. Pasaba las hojas con atención y regularidad, y parecia absorto en ella.Ni una vez levantó la vista al panorama.Había escogido su asiento en el piso de arriba y había pagado por él, pero por lo visto le intersó más la novela que el paisaje. Acabó el recorrido, se quito los auriculares, bajó, le dio las gracias a la azafata y desapareció en la calle. Seguro que siguió leyendo la novela.

Y yo pensé en la vida. Recorremos su paisaje variado y atrayente desde el mirador abierto de nuestros sentidos con el comentario vivo de pájaros y flores y árboles y nubes... y más aún, de personas y amigos y palabras y amor. Y nos olvidamos de mirar. Llevamos la cabeza metida en nuestras preocupaciones,nuestras urgencias, nuestras ambiciones, nuestra novela. Y nos olvidamos de mirar.

Quizá por eso esté triste la sirenita de copenhague. 

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